Golpe de Agua

Blog autobiográfico, autónomo y automata.

1.03.2007

Recuerdos perfumados

Un saxo solitario intenta cubrir el murmuro de quienes se alimentan en la tapería de la esquina. Pido una cerveza y un menú del día. De postre hay arroz con leche perfumado con ramitas de canela y casi puedo jurar que si cierro bien los ojos logro ver a mi abuela amasando sobre la mesa mármol que estaba junto a la ventana de la cocina en Villa del Dique, donde solía pasar los inviernos y algún que otro fin de semana.
Al lado de la mesa había una vieja cocina a leña donde hervían los ravioles de seso y se calentaba una salsa aguada de tomate y cebolla. Tita se había levantado muy temprano con la primer tentativa de sol del día, después de unos mates y acomodar un poco la casa, salía hacia la panadería de la esquina donde hasta hoy se hacen las mejores “caras sucias” que existen en el mundo entero. Volvía con bolsas y su típica cara de póker, es que nunca fue muy expresiva, o por lo menos nunca se lo informaba a la cara, preparaba la pasta, el relleno y comenzaba a elaborar el dulce de membrillo que llevaría la pasta flora.
Mi abuela siempre hablaba de su viaje a Europa y que en aquellos días se debía cruzar en barco. Me imagino lo alucinante que debió ser ver la costa luego de días de marea, pero solo supongo, nunca entró en detalles comunicativos más allá de lo largo del viaje y lo lindo de Europa.
En la puerta chocan dos autos y escucho a un madrileño y a un andaluz gritarse echándose la culpa. Que forma de romper la burbuja de tiempo. De primero pedí las batatas rellenas, de segundo salmón con salsa de hongos, pero nada ansío más que llegue el postre para volver a viajar por los sabores de mi infancia. El mozo se acerca y me pregunta si no prefiero café mientras trata de espiar entre mi letra cardiograma lo que escribo en ese pequeño cuaderno de madera que llevo conmigo a todos lados. Llega el momento y una cuchara plateada se acerca a mi boca rebosante de historias, recuerdos, familiares y, por supuesto, lugares del otro lado del charco.
El arroz esta rico, le falta el toque maternal de las cáscaras de naranjas escondidas entre la leche azucarada o los potes blancos de mi tía Magali que tenían un dragón sellado al fondo y que con mi hermana jugábamos a ver quién llegaba primero a verlo. El tiempo del postre se acaba en dos cucharadas, casi son las cuatro de la tarde y en Madrid hay un sol tímido que parte a la mitad la glorieta de Bilbao dejando a Carranza con luz y a Argüelles bajo el frío de la tarde invernal.
Camino despacio fumando el último pucho del atado, entro en un súper y hago la compra semanal. Salgo cargado de berenjenas, zapallitos, zanahorias, un poco de pollo y otro poco de carne de cerdo, huevos, manteca, dulce de membrillo y una bolsita de harina. El olor que sale de una panadería argentina despierta mi memoria visual y recuerdo lo último que le dije a mi abuela cuando fui a visitarla al cementerio antes de venirme: “Tita, me voy. Cruzo el charco pero no en barco, a mi me toca el avión y son sólo doce horas. No te preocupes, voy a estar bien, me llevo la receta de la pasta flora conmigo”.