Golpe de Agua

Blog autobiográfico, autónomo y automata.

12.14.2006

Marina me dijo que la mejor forma de llorar es bajo la lluvia, era un domingo de Marzo y si bien no hacía frío, el sol tampoco regalaba mucho más que luz tenue y atardeceres repletos de naranjas y fucsias. Nunca pensé demasiado en lo que dijo, ni en esa tarde en particular, es que tenía un manojo de palabras cruzadas y besos borrosos que prefería dejar en el tintero hasta hoy. Quizás fue la lluvia que roció la calle cuando salía temprano, o tal vez la madrugada encontrándome despierto, lo cierto es que cuando estábamos dentro de la burbuja de vidrio, bajo el goteo artificial de aquella selva, me lo dijo y es verdad.
Una vez, repleto de textos, resúmenes, marcadores, subrayados y la televisión prendida, Sol me habló sobre las lágrimas. Quería sacarme una foto para recordarme cuando sea vieja y yo diga su nombre entre mi lista de sexos, creo que se sorprendería si se enterase que casi un centenar de mujeres después de esa tarde, aún la recuerdo por las lágrimas compartidas en la cama, en las tardes, por los viajes que prometimos y que no llegaron a ningún lado, es que tenía razón, no hay peor cosa que lágrimas en desigualdad de condiciones.

Llegué al Ayuntamiento de Madrid a eso de las 9:30 de la mañana, hacía frío y ninguna de mis dos remeras me calentaba lo suficiente refutando mi hipótesis de que no hacía falta campera. El sol golpeaba sobre una de las paredes de la Plaza Mayor y rebotaba hacia nosotros volviendo la espera y la fila interminable un poco más amena. Cuando digo “nosotros” me refiero a las decenas de coreanos, chinos, argentinos, puerto riqueños y africanos, a nosotros, los inmigrantes.
Tres personas delante de mí se encontraba Diego, un porteño que hacía once años había abandonado el puerto de su Buenos Aires para buscarse algo mejor que deambular por Callao. Lo conocí una noche de copas discutiendo de política con un español. Diego es mozo y vino a regalarme un vodka con limón y a contarme su historia de vida que lo llevan hoy a declararse “ciudadano del mundo”, por más que para los ojos de sus jefes siga siendo un simple inmigrante.
A Diego no le gustaba llorar, pero sí las tormentas. En un bolso de cuero gastado por los viajes guardaba 37 cintas de casette de audio TDK donde había grabado diferentes tormentas por los lugares que había pasado, pero cuando llegó a Madrid dejó de grabar y se instaló en un departamento sobre la calle Luna. Le pregunté si tenía un cigarrillo, me convidó unas pitadas del suyo y no lo volví a ver después de que entró.
Cerca del medio día, y con un mar de papeles que rellenar y certificar bajo el brazo, salí del Ayuntamiento. El frío había calmado un poco y una tormenta se veía por sobre las campanas de la iglesia. Me pregunté si Diego la grabaría y después sobre si yo lloraría cuando caigan las primeras gotas. Si Sol sería feliz en Argentina preparando su casamiento y si Marina respondería alguna vez desde Milán el mail que le envié preguntándole sobre si llorar bajo la nevada era lo mismo.
Finalmente me sellaron todos los papeles y corrí a casa antes de que caiga el aguacero. Al llegar abrí las ventanas y olí la lluvia. Me asomé al balcón y mientras la tormenta circulaba calle abajo me di cuenta de que la peor lágrima es la que te cae sobre el rostro y nadie te la seca.

1 Comments:

Blogger MA said...

Este relato ha recorrido varias compus de parientes y amigos. Todos se emocionaron por la fuerza y profundidad de las reflexiones. Es jodido llorar lejos y solo.

12:53 p. m.  

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